Balto, la historia del perro famoso.





Les cuento que en 1925, el solitario pueblo de Nome, ubicado en el noroeste de Alaska, sufría una epidemia de difteria, terrible enfermedad contagiosa que atacaba principalmente a los niños menores de cinco años y a los ancianos de avanzada edad. El único médico del pueblo se comunicó con el hospital de Anchorage, a mil setecientos kilómetros de distancia para solicitar dosis de vacunas para todos los habitantes de Nome, aunque tenían un problema: el transporte. Todas las vacunas se habían acabado y a la caída de la noche, comenzaban a escucharse el dolor de los padres y familiares que veían morir a sus hijos sin poder hacer nada.
¡Pronto, necesitaban las vacunas! Era la única forma de sanar a los niños y al resto de la población que comenzaban a contagiarse. Pero, ¿cómo buscarla? ¿Cómo atravesar el crudo invierno? Los dos únicos aviones habían sido desarmados por las condiciones del tiempo, pero aunque dos pilotos se ofrecieron como voluntarios, pero tanto el gobernador como sus consejeros, optaron por los perros de trineo.
El lunes 26 de enero, las vacunas son enviadas en tren hasta Nenana, donde llega a las once de la noche del día siguiente. Allí es recogida por el conductor del primer tiro de perros, que lo pasará al siguiente y así hasta 20 relevos para transportarla a lo largo de los mil kilómetros que separan Nenana de Nome, a donde llega el 2 de febrero. Entre los conductores que participan en esta carrera de relevos contra la muerte, se destaca Leonhard Seppala, quien guiado por su perro Togo, recorre 400 kilómetros. Leonhard Seppala salió de Nome queriendo llegar a Nulato para descansar y volver con las vacunas, pero al llegar a Shaktoolik se encontró con Gonangnan así que volvió camino de Nome. Leonhard cogió las vacunas en Norton Somad con -30ºC.
Después de recorrer 91 millas Seppala le entregó las vacunas a Charlie Olson en Golovin. Seppala y su equipo de perros, incluido Togo, su perro guía, habían recorrido un total de 260 millas, 418 Km. Olson entregó el suero a Gunnar Kaasen que recorrió las 53 millas restantes hasta Nome guiado por su perro Balto. Por supuesto, Togo es un gran héroe, tan héroe como Balto, pero el último tramo fue de todos el más difícil. Las condiciones del tiempo habían empeorado a tal punto que tanto el cielo y la tierra eran imperceptibles. Sólo guiado por el instinto de Balto, las vacunas llegaron a tiempo para detener la epidemia. 

El esfuerzo que realizaron hombres y perros despertó tanta admiración que, en el Central Park de Nueva York, se alzó una estatua de bronce del Balto en recuerdo de los 20 equipos de perros que participaron en semejante proeza.


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