Otra nueva versión de la clásica
aventura de Alejandro Dumas está en la pantalla. La historia de Los Tres
Mosqueteros no parece morir, así como nunca nos cansaremos de leer El Conde de Montecristo, el Capitán Tormenta o La
Máscara de Hierro entre otros títulos que se afirman como clásicos del género.
Aparentemente, la acción es la base de la aventura. Una secuencia de sucesos y
puntos de giros drásticos, llenos de peligro, humor y drama, mantienen al
espectador o al lector atrapado desde el principio hasta el fin, pero más allá
de las mañas con que tejida camina la historia, es su propio sentido. Y me
refiero a la amistad, el amor, el odio o emociones primarias que forman la
columna central para que exista la venganza, el permanecer unidos, las ansias
de justicia o el honor, si es el caso.
La nueva versión omite cualquiera de
esos puntos. Llena de artificios y efectos visuales hacen de la mona quedar
como mona. No importa cuán bien se pinte el esperpento, Los Tres Mosqueteros en
su nueva versión cinematográfica exagera de patética. La respuesta del público
se muestra en el poco dinero que la película ha recaudado en ventas. Una prueba
más de que el público adolescente es inteligente y sabe reconocer los productos
de lata. Porque el espíritu de la novela no se halla, no se encuentra en la película,
porque es muy falsa y atiborrada de artificios que desentonan bruscamente, como
esas armas que todo lo pueden y rayos láser para proteger las joyas de la
reina. ¡Bendito paquete!
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