"No hay más recuerdos que los que honran" por Kerala


"...no hay más recuerdos que los que honran".
En mi segundo de secundaria, atendíamos con arrobo a la profesora Aymara, cuando hablaba de la vida de José Martí. A esa edad parece imposible el sufrimiento humano e improbable el sacrificio, pero Aymara sabía conquistarnos. Ampliaba nuestra mirada, más allá del pedestal. Nos refugiábamos, adolescentes, en la maraña de avatares, amores y frases que hacían del Martí memorizado, del Apostol de las consignas un hombre cercano, único.
He revivido aquellas clases matutinas cuando leo: El Martí que yo conocí, de Blanche Zacharie de Baralt. Comparte uno con los hijos, lecturas intrascendentes sobre héroes de papel, pero ¿qué hay de las personas? ¿carne y hueso de nuestra historia cubana? ¿qué hay de las historias familiares? Lo en apariencia baladí puede representar una vivencia inolvidable para cada niño.
“Recuerdo, como si fuese ayer, la primera vez que vi a Martí. Era yo jovencita de dieciocho años, me fue presentado en una reunión (…) No tenía referencias de Martí, era para mí un señor cualquiera, un encuentro fortuito de sociedad. Mas, a los pocos minutos de conversación, con habilidad que no he visto igualada, había averiguado, sin interrogatorio, cuáles eran mis gustos, mis inclinaciones, mis esperanzas (…) Discutió conmigo cuadros, música y libros, de la manera más natural, con absoluta sencillez, sin hacerme sentir la diferencia entre una niña y un sabio”
Las apreciaciones de la esposa de uno de los mejores amigos de José Martí van dibujando a un hombre diferente al mármol de las estatuas. El libro describe, narra, evoca anécdotas totalmente desconocidas. Y cuenta su último encuentro. El 31 de enero de 1895, Martí apresurado, llegó a casa de los Baralt. Venía a despedirse del amigo, pero no estaba. “Sabe Dios cuando nos volveremos a ver”.  Y sale a una mañana helada. Había quedado su sobretodo marrón colgado en la sombrerera. Se embarcaría para Santo Domingo y la preocupación, quizás, lo echó al frío, desabrigado.
Cuando le hablemos a nuestros hijos de José Martí debemos contarles anécdotas de quienes le rodearon. Unirlos a su obra literaria y desdoblar su vida como quien descifra un pergamino. La frase descontextualizada o la declamación obligatoria son para el espíritu infantil como aquel sobretodo olvidado. No sirve de nada. El atisbo de un frío calando el cuerpo, aún siendo malo, es menos dañino que el aire gélido de la desmemoria.
El Martí que yo conocí. Blanche Zacharie de Baralt. Centro de Estudios Martianos, 1990
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