"Cuentos de Cuba" por Kerala

No es fácil para los cubanos radicados en la isla publicar en el extranjero. Tampoco hay muchas posibilidades en la industria editorial, pero el objetivo de mantener a los niños interesados en la lectura ha llevado a la Editorial Gente Nueva a poner en circulación pequeños libros, en los que se manifiestan autores reconocidos y noveles. 
Gota curiosa y otros cuentos de Mayra Navarro nos muestra que la intensidad de nuestros afectos, la formación de la identidad en nuestros hijos y el interés que pongamos en nuestros pequeños grandes esfuerzos, siempre nos llevarán por un camino lleno de buenas voluntades.
Escrito con los matices de la Oralidad, son cuentos que se narran solos, de esos que el niño agradece porque parecen contados en alta voz. Sin el permiso de la autora, pero seguros que ella estará contenta de imaginar estos regalos de su creación, a viva voz, multiplicados:



Árbol torcido

Aquel árbol había crecido así, torcido, y por mucho que algunas veces tratara, no podía enderezarse.
Estaba a la orilla de un camino, junto a una cerca de madera. La semilla de donde brotara llegó hasta allí cierta tarde de lluvia, arrastrada por las aguas, y cansada de tanto rodar, decidió que aquel agujerito en la tierra era bueno para descansar un rato, de manera que se afincó duro, muy duro, y aunque el agua siguió corriendo, ella quedó allí. Después cuando quiso seguir viaje, pues quería ver el mundo, ya no pudo: había echado raíces y quedó prisionera para siempre en aquel lugar.
El árbol de esta historia, como la semilla de donde saliera, deseaba también ver el mundo. Apenas alcanzó un poco de tamaño, se empinaba todo lo posible hasta el borde de la cerca para ver y oír cuanto pudiera.
Así se enteró por el canto de los pájaros, de que había tierras donde hacía frío cuando aquí él se ahogaba de calor y supo por el rumor de la tierra, que los campos de Cuba eran hermosos con distintos matices de verde, y que casi todo el año estaban cubiertos de flores.
-¡Ay! -suspiraba- y yo aquí sin poder ir a ninguna parte, ni ver todas esas cosas-y pensando en esto seguía creciendo derecho. Sin embargo, su tronco comenzó a inclinarse cuando sobrepasó la altura de la cerca y quiso ver más allá.
-¡Muévase, señora cerca, muévase un poco, que quiero ver dónde se mete aquel conejo que salió corriendo!
-¡Moverme!-respondía la cerca entre asombrada e incómoda- Yo creo que usted se está volviendo loco; en toda mi vida de cerca he estado clavada aquí, donde mismo me pusieron y nunca, óigalo bien ¡nunca! Se me ha ocurrido moverme ni un pedacito para un terreno que no es el mío.
Pero el árbol no le hacía caso, se empinaba todo inclinado sobre ella, en su afán de no perderse ni un detalle de lo que pasaba al otro lado.
Así todos los días. Siempre le interesaba más lo de allá que lo de acá, y tanto se inclinó para el otro lado, que una vez que el revoloteo de unos pájaros de acá llamó su atención, se dio cuenta que estaba creciendo torcido, de que todas sus ramas estaban hacia allá y de que no podía enderezarse.
¡Tremendo problema se había buscado! Ahora que podía ver bien todo lo de allá, no veía lo de acá.
-¿Qué estará pasando de este lado?-se inquietaba- Si pudiera enderezarme un poco…¡Uf! No puedo…¡Yo que quería ver adónde va la lagartija, tan elegante con su pañuelo rojo en el cuello! pero pasó para acá, y sólo veo para allá.
Cierta tarde unos gorriones vinieron a hacer nidos en sus ramas. Trabajaron todo el día y cuando el nido estaba terminado ¡cataplún! Se vino abajo.
- ¡Te lo dije!- gorjeó la gorriona a su gorrión- Este árbol torcido no es seguro para hacer un nido, mejor buscamos uno que esté derecho-y se alejaron volando.
Entonces los pájaros no se posaron más en sus ramas, pues no servían para sus nidos, y a la lagartija le daba mareos caminar tan inclinada.
Poco a poco se fue quedando solo. De vez en cuando el viento lo visitaba para contarle historias, pero ya el árbol no lo acosaba con preguntas, Sus ramas seguían creciendo inclinadas, eso sí, pero tranquilas sobre la cerca, y cuando estaba seguro de que nadie lo escuchaba se decía:
-¡No sirvo para nada tan jorobado que estoy! Siempre mirando para allá, lejos y nunca para acá, cerca. Ahora me doy cuenta que debí haber mirado hacia allá, pero sin dejar de ver hacia acá, porque esto es muy lindo también, con tantas flores y tantos amigos aquí mismo, al lado mío.
Cada vez se sentía más tranquilo, seguía mirando hacia allá, pero ahora bajaba las ramas para conversar con quienes estaban a su lado. Así comenzó a abrirse frondoso, hacia los lados. Junto a él la brisa, se hizo más fresca y la sombra más agradable.
Desde entonces, no es extraño encontrar caminantes que se detienen para refrescarse a la sombra del árbol torcido que, aunque no puede enderezarse, ni dejar de mirar hacia allá, disfruta también lo bueno de acá y se esfuerza por ser útil a quienes lo encuentran a su paso.
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