Martí y el silencio

Ya los mambises habían perdido muchas batallas en contra de la corona española por lo grande que la gente tenía la boca y lo larga que llevaban la lengua, que con sólo probar el vino ya revelaba las emboscadas, y los planes, y las rutas... Y Martí era hombre tan ágil de silencio, que una tarde lo invitó una amiga a compartir un café en la ciudad, pero al llegar, la dama estaba acompañada por un extraño señor que bajo falsas referencias se hacía pasar por amigo conocido muy interesado en donar dinero y recursos en la independencia de Cuba. Y así comenzaron la charla y el extraño hombre era más amigo de Martí que nadie, todo cortéz y elocuente, invitando a dulces y queriendo pagar la cuenta. "¡Que pague, que pague!" decía Martí, que pague el espía disfrazado de oveja. No ve el tonto que Martí tenía gran olfato para atrapar traidores y cobardes. Y Martí, conciente de que se trataba de un espía español, jugó a ser el idiota y a decir cuanto convenía no solamente poniéndole cartas falsas sobre la mesa, sino también, obteniendo información valiosa. Allá se iba el tonto donde sus capitanes y aquí se quedaba Martí, sonriéndo de gusto mientras terminaba el café con su inocente amiga.


Foto: Escritorio de José Martí en su apartamento de New York
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