La guerra de las especias

Lo que hoy parece haber estado siempre en nuestras mesas, fue ayer privilegio de pocos habitantes en el mundo. Hasta la comida de los reyes y príncipes era insípida. Se consideraba acaudalado aquel hombre que llevara consigo una bolsa de pimienta, al punto de llegar a valer más que su vida. Desde la India venía la mercancía, desde la Isla de las Especias iban trayendo los comerciantes los colores que darían sabor a las comidas en Europa. Los peligros rodeaban la vida de los mercaderes, que ya no era el mal tiempo en el cielo, ni en el agua, sino los piratas y corsarios que por mar y tierra perseguían la carga. 
Dichosos se sentían los europeos que si de cinco barcos uno llegaba a su destino, porque solamente con ese, compensaban el resto de la perdida. En tierra esperaban los camellos para atravesar con la carga todo el árido desierto. Y no eran días, sino meses de camino enfrentando los peligros del sol y de los bandidos que se ocultaban para emboscar a los comerciantes. Todo eso acontecía entre Europa y la India, mucho antes de descubrirse la tierra americana, cuando las monedas carecían de valor porque cada grano de pimienta pesaba lo mismo que un grano de oro. 
Esto llevó a los hombres no solamente a morir por ella, a matar, a venderse o empeñar el alma, sino también a buscar nuevas rutas, nuevos caminos hacia la India para colorear la comida sobre la mesa.
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