“El Presidio” por Kerala

Cuando leí Martí en el Presidio Político, yo había cumplido doce años. Y para mí, nada fue igual.
En abril, José Martí pasaba una de las pruebas más horrendas, soy incapaz de imaginar, pero me estremece y les comparto porque tenemos una vida tan ensimismada hoy en día. Veo, a diario, trabajos de “investigación”, dedicados a su vida amorosa, su carácter, chispazos de “ingenio” que se detienen en la superficie de un pantano en el que pululan sabandijas.
Dicen que el 5 de marzo de 1870 escuchó la sentencia: Condenado a seis años de presidio.
Tenía 17 años cuando en el Campo de Marte, los voluntarios pasaban revista militar y un grupo de ellos pasa cerca de donde se encontraban: José Martí y tres amigos. Los voluntarios se enojan de escuchar la animada conversación, bastó para que en la tarde un pelotón regresara y registrara, encontraron una carta firmada por José Martí y su mejor amigo, Fermín Valdés Domínguez, en ella censuraban a un condiscípulo por unirse a las filas del Ejército Español.
El delito de infidencia servía en aquellos años, para justificar cualquier condena y es registrado en la cárcel el 21 de octubre de 1869. Es hasta el 4 de marzo de 1870 que se le condena. En su pecho el número 113, y a las canteras de San Lázaro, a vivir los horrores del presidio, asignado a la Primera Brigada de Blancos. Se duele el gran Mariano, el padre que no entiende cómo el hijo puede ir en contra del gobierno español y se duele la madre cuando lee carta que habla de visiones inenarrables.
“Ninguna pluma que se inspire en el bien puede pintar en todo su horror, el frenesí del mal. Todo tiene su término en la monotonía. Hasta el crimen es monótono, que monótono se ha hecho el crimen del horrendo cementerio de San Lázaro”.
¿Cómo no estremecerse en las descripciones del joven conmovido? Cuando habla de Lino Figueredo, un niño de doce años condenado injustamente.
Una mañana, el cuello de Lino no pudo sustentar su cabeza; sus rodillas flaqueaban; sus brazos caían sin fuerzas de sus hombros; un mal extraño vencía en él al espíritu desconocido que le habían impedido morir, que había impedido morir a Don Nicolás y a tantos otros, y a mi. Verdinegra sombra rodeaba sus ojos; rojas manchas apuntaban en su cuerpo; su voz se exhalaba como gemido; sus ojos miraban como una queja. Y en aquella agonía, y en aquella lucha del enfermo en presidio, que es la más terrible de todas las luchas, el niño se acercó a la brigada de su cuadrilla, y le dijo:
Señor, yo estoy malo; no me puedo menear; tengo el cuerpo lleno de mancha.
¡Anda, anda!-dijo con brusca voz el brigada-. ¡Anda! -Y un golpe del palo respondió a la queja-. ¡Anda!
O cuando, impotente, mira a los ojos de Nicolás del Castillo:
...Yo le miré con ese angustioso afán, con esa dolorosa simpatía que inspira una pena que no se puede remediar. Y él levantó su blusa, y me dijo entonces:
Mira.
La pluma escribe con sangre al escribir lo que yo vi; pero la verdad sangrienta es también verdad.
Vi una llaga que con escasos vacíos cubría casi todas las espaldas del anciano, que destilaban sangre en unas partes, y materia pútrida y verdinegra en otras. Y en los lugares menos llagados, pude contar las señales recientísimas de treinta y tres ventosas
.
Hace poco en una conversación alguien decía que no es necesario angustiar a nuestros hijos con lo que ocurre en el mundo, que no es importante para ellos ni significativo reconocer las necesidades que marcan al ser humano aquí y en otras partes del mundo. Alguien me decía que a los jóvenes, hoy en día, no les importa nada más que el Facebook o el Twister, pero nosotros como adultos, contando con estas armas para forjar el espíritu ¿tenemos o no herramientas para evitar el embudo de la sinrazón?
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