Hace 100
años, ocurrió uno de los mayores desastres en la historia humana. Se pensaba
que el Titanic era un barco indestructible, una máquina perfecta capaz de
enfrentar cualquier embate de la naturaleza, al punto de calificársele como:
insumergible. Para su construcción, iniciada en 1909, se necesitó una mano de
obra de 15,000 personas además de un presupuesto millonario para la época. La
nave medía 269.06 metros de largo y de alto unos 32 metros. Habilitada para
desplazar más de 52 mil toneladas de peso y abordar 2,435 pasajeros y una
tripulación de 892 personas.
Poco
tiempo después de haber sido terminada la nave, el Titanic se hundía en las frías
aguas del Atlántico tras chocar contra un iceberg. La noche del 14 de Abril de
1912 fue una pesadilla para los miles de pasajeros que viajaban provenientes de
Europa en busca de una nueva vida en América. El mundo despertaba con una
triste noticia y el duro golpe de la fatalidad.
Hoy se
conmemoran 100 años del hundimiento. En un tiempo de pensar, más que de buscar
lecciones de la vida entre la máquina y el hombre. Las dimensiones de un
accidente pueden carecer de importancia, si en lugar se mira más bien el viaje
que muchos de nosotros estamos dispuestos a hacer en busca de la felicidad. Hombres
que cruzan el mar, que atraviesan el voraz desierto, que traspasan fronteras o
viajan en peligrosas condiciones en la búsqueda de un nuevo comienzo.
El Titanic es un símbolo
que recuerda a la humanidad su posición ante la naturaleza, pero también el
deseo humano por perseguir la felicidad en el alcance de nuevos horizontes.
Foto:
Portada de National Geographic
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