Los dioses tienen hambre




Se cree que los aztecas o antiguos mexicanos bajaron del norte y que llegaron a las fronteras de Anáhuac a principios del siglo XIII. Siempre distinguidos por su ferocidad, fueron conquistando las razas que ocupaban aquella región hasta las playas del golfo. Tantas guerras le dieron a los aztecas muchos esclavos que inmolaban, a la mayoría de ellos, en los altares de sus dioses. Otras razas primitivas que poblaron Anáhuac llamado los toltecas fueron menos bárbaros, ofreciendo a sus dioses aves, maíz, frutas, y aunque lo mismo hacían los chichimecas, no tardaron estos en sacrificar hombres cuando su religión se vio influenciada por la de los aztecas. Crueles instintos nacieron por el espíritu belicoso familiarizado por la sangre del odio a sus enemigos y el fanatismo de sus sacerdotes. No es extraño que los aztecas sacrificaran humanos, pues lo mismo hacían otros pueblos bárbaros en la antigüedad, como los cananeos que sacrificaban cruelmente a los niños en los brazos de su ídolo Moloch, los moabitas, algunos pueblos de España. Los galatos inmolaban cada cinco años a los malhechores, empalándolos o consumiéndolos en la hoguera. Los syctas, además de caballos y animales, ofrecían algunos prisioneros a su dios Marte y los antiguos germanos hacían lo mismo con su dios Mercurio que era su principal divinidad. Hasta el siglo XVI estuvieron los árabes ofrendando seres humanos, sin dejar de mencionar las de Dahomey, en África, cuyas funestas celebridades fue conocida en toda Europa. La antigua India, a pesar de su avanzada civilización, hacía sacrificios humanos. Los battas en la isla Sureatra se comían por su precepto religioso a sus más próximos parientes, viejos y enfermos. Los persas enterraban a la gente viva y los antiguos griegos, los arcadios y los fenicios, inmolaban humanos como ofrenda a sus dioses sagrados. Los hebreos, olvidándose de sus leyes y entregándose a la idolatra apostasía, sacrificaron sus hijos a los dioses de Canaán. Al dios Kronos ofrecían los cartaginenses no sus prisioneros de guerra, sino los hijos de las familias más distinguidas de Cartago. A Júpiter, a Apolo, llevaron los romanos múltiples sacrificios hasta que abolieron esta práctica sanguinaria con la fundación de la ciudad de Roma.
Así fue la humanidad en la antigüedad. Lo que sí asombra era el número de víctimas que llegaban a sacrificar los aztecas en sus altares. Según Clavijero, los aztecas fundaron la ciudad de México en el año 1325 de nuestra era y poco antes, fue cuando sacrificaron por primera vez un corto número de sus prisioneros de guerra. Poco a poco fueron aumentando las víctimas en sus ceremonias, en la consagración de sus templos y en la coronación o funerales de sus reyes y señores. La guerra dejó de ser una mera acción para engrandecer su reino, sino para obtener prisioneros con los cuales cometer sus ofrendas. En una de sus cartas, Torquemada describe cómo se llevaban a cabo uno de los sacrificios. Los sacerdotes ponían a la víctima acostado sobre una piedra boca arriba y le sacaban el corazón de dentro del pecho que aún, palpitando, lo ofrecían al sol y luego lo echaban a los pies del ídolo.
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